" ¿ Por qué cuernos me engañaste?" , de Ana von Rebeur , Editorial Norma , 2010

viernes, 3 de septiembre de 2010

Ana von Rebeur citada en " La Vanguardia" de España

http://www.lavanguardia.es/premium/publica/publica?COMPID=53669045660&ID_PAGINA=22088&ID_FORMATO=9&turbourl=false

ESTILOS DE VIDADe tuercas y tornillos
Varias generaciones después de que periclitara el modelo de educación sexista, familiar e institucional, los hombres y las mujeres tienen ideas más matizadas sobre el sexo contrario, pero ¿hay nuevas certezas? Pues más bien no. Aquí no hablaremos de cómo son los hombres y las mujeres, sino de cómo creen ellos que son ellas y cómo se ve al sujeto masculino desde la atalaya femenil. ¿Lo sospechan? Exacto, un montón de tópicos. ¿Falsos? Respondan ustedes


0 votos 6 comentarios Pedro Vallín | 28/03/2009 | Actualizada a las 03:31h | Gente y TV
LO QUE SABEN DE LAS MUJERES...
De Sigmund Freud, creador de un género literario -el del pasado biográfico que atormenta nuestro presente- más que de una disciplina clínica que pudiéramos catalogar como científica, se recuerda a menudo aquella sentencia postrera, variante del socrático "sólo sé que no sé nada", en la que subrayaba que, tras todos sus estudios, cavilaciones e intuiciones sobre la psique femenina, al final de sus días la única incógnita que quedaba por despejar era la primordial: "¿Qué quiere realmente la mujer?". Para estos casos hay un refrán sobre los viajes y las alforjas que viene al pelo.

Al margen de condicionantes sociales, religiosos y culturales, que han marcado históricamente la relación entre ambos sexos, lo cierto es que pervive universalmente esa dificultad de empatía - entendida ésta como la "capacidad de identificarse con alguien y compartir sus sentimientos"- dando pábulo a una gran cantidad de literatura aeroportuaria más o menos banal que pinta a los hombres como marcianos (Marte, dios de la guerra) y a las mujeres como venusianas (Venus, diosa del amor) y que propone instrucciones de uso mutuo que se resumen en hablar mucho, hablar más, hablar todo el rato. Tenemos que hablar. Ay.

Si escuchamos al emperador romano, filtrado por Marguerite Yourcenar (y la hermosa traducción de Julio Cortázar) en ese tratado de sabiduría y humanidad que es Memorias de Adriano,oiremos un discurso aún en circulación: "Débiles y todopoderosas, son demasiado despreciadas y demasiado respetadas. En este caos de hábitos contradictorios, lo social se superpone a lo natural y no es fácil distinguirlos". La revolución sexual y sociológica de Occidente cuyo vórtice fue mayo del 68 despejó, de forma precipitada pero necesaria, esta incógnita que planteaba el emperador entre lo heredado y lo aprendido: toda diferencia entre sexos, salvo las morfológicas, es ambiental (social, cultural, educacional), sentenció la modernidad. Era una forma de emanciparse de cualquier razón biológica que justificara el asimétrico tratamiento que a lo largo de la historia y la geografía, y con contadas excepciones, subyugaba a la mujer bajo la autoridad masculina.

Cuarenta años después de tirar los adoquines contra los palacios de la República Francesa, la atribución exclusiva de las diferencias de comportamiento entre los sexos al ambiente se ha ablandado y empiezan a menudear los estudios -recibidos de uñas por algunos sectores- sobre las diferencias de comportamiento entre hombres y mujeres basados en el distinto funcionamiento de su cerebro, de su programación genética y de sus ritmos biológicos, y deviene irrefutable, al menos en círculos científicos, que hay diferencias de actitud y aptitud no exclusivamente atribuibles a un obsoleto modelo social sexista.

Así las cosas, ¿qué saben los hombres de las mujeres? Más bien nada. Ni nada nuevo. Honoré de Balzac suscribía a Adriano y, a su modo decimonónico, hablaba de la fortaleza y la fragilidad atribuida a lo femenino: "La mujer es la reina del mundo y la esclava de un deseo". Fiodr Dostoyevski, en cambio, con un desdén que hoy consideraríamos machista, coincidía plenamente con Freud: "La mujer sólo el diablo sabe lo que es; yo no lo sé en absoluto". Otros, por pura intuición -a veces empujados por el inmarcesible aliento de la poesía-, se adelantaron a lo que hoy la neurociencia empieza a barruntar, que hay virtudes psicológicas femeninas a que los hombres apenas alcanzan y una es su determinación. "La intuición de una mujer es más precisa que la certeza de cualquier hombre", decía Kipling. Y el humorista argentino Aldo Cammarota, fallecido en el 2002, concluía sarcástico que "cuando una mujer se rinde es porque ha vencido". Aun Napoleón, misógino pródigo en frases machistas, admitía que el denuedo en el logro de los fines era un atributo femenino, cuando comentaba que "las batallas contra las mujeres son las únicas que se ganan huyendo". La mujer, ese Waterloo, podría decir un biógrafo travieso. El actor Santiago Ramos resume: "De las mujeres no sé gran cosa. No soy un especialista. Diría, sólo, que son más listas que nosotros y nos sacan de tantos apuros, de tantos túneles, que las definiría como ´salvaoras´, como decía la canción de Manolo Caracol". A Severo Ochoa se le atribuye: "Una mujer puede cambiar la trayectoria vital de un hombre", una obviedad que quiso ser halago.

Aligerando el tono y el rigor, los hombres siguen hoy concediendo talentos a la mujer que se les antojan inaccesibles si no por el contacto con el mundo femenino. Julio Iglesias, arquetipo de dandy trasnochado, dice: "De ellas he aprendido su sentido de la estética. Si yo fuera homosexual, sería un homosexual histórico porque sé, perfectamente, cómo combinar los colores al vestirme". Las investigaciones parecen avalar esta frivolidad del cantante cuando constatan diferentes modos de conmoverse ante la belleza - ante el arte- entre hombres y mujeres, pero lo cierto es que este campo de estudio en muchos aspectos está en pañales, hay pocas investigaciones que estudien el cerebro y muchas se conforman con el confuso método de la encuesta, indefensa ante el mendaz.

En la historia también hay una apreciación constante que en épocas más fanáticas era más cruel y que hoy es fascinación: la forma en que ellas se relacionan entre sí. El dramaturgo, actor y director Javier Veiga habla con admiración: "Los hombres deberíamos aprender de las mujeres la forma honesta y abierta en que se cuentan sus problemas. A los hombres nos da vergüenza hablar con los amigos de según qué cosas. De pequeños, porque tememos que nos caiga un mote, y de mayores por no mostrar debilidad. Y eso impide confiarse como hacen ellas". Quiere decirse que un chico no someterá sus dudas sobre la fimosis a un debate, mientras que ellas suelen acudir a sus amigas para resolver dudas en materias sujetas al pudor. Pero si hay una queja unánime entre los varones respecto a la mujer es su cargo de "administradoras del sexo". El arquetipo en el imaginario colectivo masculino es que para los hombres el sexo es un fin y para las mujeres un medio. De coña dice Steve Martin: "¿Conoces esa mirada que tienen las mujeres cuando quieren sexo contigo? Yo tampoco".

Otro cómico estadounidense, Billy Cristal, alude específicamente a la diferente predisposición al sexo: "Las mujeres necesitan una razón para tener sexo. Los hombres sólo necesitan un lugar". Y, por no abandonar la más flagrante incorrección política, el histrión Bob Hope se lanzaba al juego de palabras: "Mi esposa es un objeto sexual. Cada vez que le pido sexo, ella objeta". Aunque ninguno de los tres lo sepa, es de lo más natural. El premio Pulitzer Jared Diamond indagó en las especificidades sexuales del animal humano en ¿Por qué es divertido el sexo? (Debate) Y la respuesta era por la ovulación oculta. Como los cuernos, pura eficacia reproductiva. Cosas de Darwin.

LO QUE SABEN DE LOS HOMBRES
La incapacidad para comprender o aplaudir al sexo opuesto es mutua y endémica, aunque en general, en las frases de ellas sobre ellos hay también un componente de condescendencia, algo en plan "no, si ya te entiendo, pero no me gusta". La actriz Gemma Cuervo hace un balance severo de la naturaleza del varón: "He aprendido que los hombres nacen con una condición natural que les provoca muchos desencuentros y carencias que, a la larga, transmiten a la sociedad". Si no se limita a escuchar lo que ellos dicen de ellas y lo que ellas dicen de ellos, como norma, ellos reprochan el empeño de ellas por lo duradero y ellas critican la afición de ellos por lo efímero. Con mucha gracia, lo dijo Sharon Stone: "Las mujeres son capaces de fingir un orgasmo, pero los hombres pueden fingir una relación entera", variante de un viejo aforismo –sexista, claro, como todo lo que hay en estas páginas– que señala que "las mujeres emplean el sexo para conseguir amor, y los hombres emplean el amor para conseguir sexo".

Un lugar común de las últimas décadas apunta que la progresiva emancipación de la mujer –que en España, dado el retraso secular que el país arrastró en la segunda mitad del siglo XX, no fue tan progresiva, sino más bien repentina– ha descolocado al hombre al subvertir las reglas del juego.Mujer liberada, hombre cabreado, tituló Pilar Rahola su libro sobre el particular: "La nueva mujer le ha roto los esquemas al hombre tradicional, que está desconcertado, desubicado e, incluso, cabreado". La frase se ha oído una y otra vez en los últimos veinte años como un meme de la revolución sexual, aceptado y aplaudido, que los jóvenes desmienten cada noche en los bares repitiendo, con ligerísimas variaciones, los rituales de cortejo tradicionales, con idéntico éxito que siempre. Es decir, va por barrios.

El hombre, retratado por la mujer, es un ser positivista, es decir, que tiene unas preocupaciones centradas en el mundo de lo material, en lo que existe, en lo inmediato, los disfrutes puramente mundanos: el descanso, el sexo, el alcohol, el sexo, la velocidad, el sexo, la comida, el sexo… y su relación con lo inmaterial se concreta en su gusto por teorizar, significativamente sobre deportes y política, disciplinas ambas plenas de abstracción y metáfora. Con no poca sorna, Ana von Rebeur lo explica en el libro ¿Quién entiende a los hombres?:"Los hombres no se caracterizan por sus capacidades conversacionales. Pero así como están limitados para hablar de temas trascendentales en la vida, pueden mantener sesudas conversaciones acerca de si fue o no fue gol, y qué habría pasado si el goleador no se hubiera lesionado o si en vez de jugar de 7 lo hubieran puesto a jugar de 10". El libro ya ofrecía respuestas desde el subtítulo: "Son tan simples que parecen complicados".

Las mujeres, según ellas mismas, tienen menos apego a lo inmediato y más capacidad de planifi-car, son mejores estrategas y cuando persiguen un objetivo, no cejan. Y se aburren soberanamente con las elucubraciones futbolísticas, políticas o culturales a las que son tan aficionados sus compañeros varones. Dicho pronto y mal, no creen que la posición de un mediocentro, el celibato de los caballeros jedis o si la serie de El señor de los anillos es shakespeariana o wagneriana sean asuntos que merezcan un animado debate de sobremesa.

La actriz asturiana Paula Echevarría, casada con el cantante David Bustamente, reconoce sin ambages la ventaja cualitativa de quien afronta los asuntos de forma estratégica: "He aprendido que los hombres tienen menos picardía, son más simples, en el mejor sentido, y por eso les damos mil vueltas en todo". Melissa Leo, premiada en el pasado festival de Donosti como mejor actriz y candidata a un Oscar por su papel en Frozen River,un filme sobre mujeres que se abren paso en un mundo hostil y masculino, también apela a otro argumento que es un clásico: "Hay una diferencia entre los hombres y las mujeres. Se supone que las mujeres somos más versátiles, que podemos hacer varias tareas a la vez. Los hombres son más unidireccionales".

Cruce de ese hedonismo, ese abandono a las actividades placenteras, y de esa incapacidad para la planificación y el subterfugio, los hombres, en el estereotipo que pintan las mujeres, rehúsan el conflicto y el drama, salvo por causa mayor, y no son nada proclives a iniciar conversaciones tentativas sobre el estado de la relación, su futuro o su pasado. De forma harto cómica, si es menester. La escritora y periodista colombiana Rosaura Rodríguez, especializada en libros sobre la liberación de la mujer y las nuevas relaciones con el sexo opuesto, lo expresa así: "Si algo debemos tener muy claro cuando se trata del sector masculino, es que harán lo que sea con tal de evitar el con-flicto.

Por eso es de total importancia no buscar problemas donde no los hay, ya que huyen de los enfrentamientos como alma que lleva el diablo". De hecho, hay cuantiosa literatura masculina sobre el terror asociado a la frase "tenemos que hablar", según ellas, un preámbulo de la necesaria comunicación en la pareja, y según ellos, frase que es heraldo de grandes tragedias. Hasta el punto de que fue la elegida por el psicólogo José Manuel Aguilar, pura ironía, para titular su libro sobre los daños de un divorcio, aunque, en honor a la verdad, se trataba de un texto en el que se orientaba a los candidatos a divorciados sobre el modo de evitar que los hijos de la pareja se conviertan en víctimas de la separación.

Como fuere, el caso es que ellas dicen que ellos no hablan. Por ser más precisos, que no conversan. Es decir, que los hombres que hablan son monologuistas que no dejan meter baza, y el resto no articula más allá de un monosílabo. La argentina Von Rebeur, más conocida como humorista gráfica que como escritora - en la senda de las socarronas tiras sexistas de Maitena-, anima a las mujeres a no engañarse: "El problema es que para los hombres el silencio es paz y relax, y para las mujeres el silencio es tedio y problemas". Y propone una guía de uso: "Como los hombres hablan poco, las mujeres piensan que hablan en clave. Y se obsesionan por decodificarlos como si fueran jeroglíficos egipcios, tratando de descubrir qué habrá querido decir él cuando dijo tal cosa. Y en verdad los hombres nunca te quieren decir algo; te lo dicen o no te lo dicen". Pues ea, nada que decir.

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