" ¿ Por qué cuernos me engañaste?" , de Ana von Rebeur , Editorial Norma , 2010

sábado, 28 de agosto de 2010

La borrachera del amor

Está científicamente demostrado que el amor es un estado de intoxicación aguda. Se nos llena la sangre con sustancias que segrega nuestro propio organismo. Todo enamorado es un adicto irredimible.
Caemos en las garras del amor cuando resolvemos ponerle a otra persona todos los atributos que quisiéramos que esta tenga. Le idealizamos irresponsablemente y acabamos hallando la frente de Brad Pitt en el bajito de barba sucia del primero piso, o creen ver la boca de Claudia Schiffer en una que tiene el cuerpo de Danny de Vito con tetas.
¿ De quién nos enamoramos?
Lamentablemente, no de quien queremos ...sino de quien podemos.
Cada uno de nosotros lleva una impronta primigenia que ciertos psicólogos llaman el “mapa del amor”, en el cual aparece la ruta que hemos de tomar en la vida amorosa, de acuerdo a lo que hemos vivido en nuestra primera infancia. Así, acabamos buscando a alguien que nos resulte-fundamentalmente - familiar. Y amamos a alguien que tenga, por ejemplo, los ojos de papá, las tetas de tía Luisa, las orejas del perro Toby y un toque de la sopa de arvejas de la abuela Rosario.
El amor es un invento reciente. En la época de las cavernas bastaba que el otro no estuviera muy vomitado para que fuera sumamente atractivo. En los tiempos en que se inventó el matrimonio había que casarse con quien tuviera más bueyes, aunque él mismo ya no tuviera dientes. Y ahora que no consigues absolutamente a nadie que tenga bueyes, te dicen “ Cásate con quien ames” que equivale al consejo de mamá Cro Magnon :“ Hija mía: ese macho que te observa no tiene tantas pulgas, después de todo”.
“Cásate con quien ames” no es el mejor consejo.
El amor no dura mucho. Son hormonas que inundan el torrente sanguíneo en los momentos iniciales en que te sientes atraído hacia una persona nueva. Justo en el momento en que alguien nos lanza esa mirada intensa, acompañada de una sonrisa seductora y unas palabras insinuantes, nuestro cerebro segrega una sustancia denominada feniletilamina, que impulsa la secreción de la dopamina y norepinefrina ( o noradrenalina) , hormonas naturales cuyos efectos son idénticos a los de las anfetaminas. Ese cóctel produce un estado de euforia natural que llamamos “ enamoramiento” .Agitación, taquicardia, ojos brillantes, no puedes dormir, se te esfuma el apetito y te vuelves adicto a quien te produce esa descarga hormonal.
En una segunda etapa -que llamamos de “acostumbramiento”- se cambian los patrones bioquímicos cerebrales. En lugar de anfetaminas, el cerebro segrega ahora drogas narcóticas, como las endorfinas y las encefalinas que le dan a las personas gran seguridad, calma y paz espiritual. Estas hormonas bajan la pasión, y se traducen en la primera crisis de pareja, que tiene lugar al año de estar juntos. Según los científicos, la intoxicación amorosa en total puede durar de 12 a 17 meses, extendiéndose a un máximo de 4 años, no más que eso.Pasado ese lapso, la cantidad de anfetaminas naturales ya no producen el efecto de euforia pasional. La naturaleza lo ha ideado así pensando en darte tiempo para reproducirte y seguir unidos hasta que el bebé producto de la pasión sea destetado y haga una bocata con lo que halle en la nevera .Luego , la pasión baja. “La comezón del séptimo año” no es solo una película de Marilyn .
Luego de eso, si la pareja se ha tratado con cierto respeto- “ Saca tus zapatos de aquí” en lugar de “saca tus inmundos zapatos de aquí” -, el cuerpo segrega una hormona llanada oxitocina (que es la misma que hace que la matriz se contraiga en el parto) que produce en la psiquis una sensación de apego y ternura, logrando que la pareja quiera seguir unida para siempre. Pero si no segregas oxitocina, lo que sigue es una sensación de hastío y rechazo. Uno quisiera que la pareja consiga trabajo en Shangai mientras nosotros nos vamos a esquiar a Alaska. Y fantaseamos con salir a buscar quién nos provea una nueva dosis de serotonina en sangre.
El efecto de las hormonas dura menos en las personas más enamoradizas e inestables afectivamente. Como cualquier adicto, necesitan cada vez más sustancia para que les haga menor efecto. O sea que un hombre muy infiel usa a las mujeres como un junkie usa jeringas: cada una es una nueva dosis. Pero lo peor no es que para él seamos jeringas. ¡Lo peor es que somos jeringas descartables!
Así se repite el mismo ciclo con el segundo y tercer amorío, con la diferencia de que esta vez el nuevo amor tiene la nariz de tía Luisa, los ojos del perro Toby y las tetas de la abuela Rosario. La sopa de arvejas la lleva en la corbata o en el pelo.
El “amor” es tratar de encontrar en el otro lo que queremos que el otro tenga. Y si no lo tiene, tratamos de cambiarlo a nuestro gusto. Como el otro no quiere cambiar a nuestro gusto, nos enojamos y decidimos buscar a otro que quiera cambiar a nuestro gusto.
Las mujeres quieren cambiar a Rambo para que sea paternal como Charles Ingalls , o se enamoran de un rastafari y lo quieren afeitar .
Los hombres sólo quieren que las mujeres comprendan que no buscan todo en una , sino en dos o en tres...
Y aquí volvemos al principio: nosotras no podemos arriesgarnos a eso, ni en plena era del “Anticonceptivo Top ”, pues se sabe de niños que han nacido con el diu en la nariz o con el diafragma como boina vasca. Socialmente, no saber quién es el padre, es un problema... ¿ A quien heredará el pobre nene?
Sólo los trobiandeses de Nueva Guinea resolvieron esto con maestría: creen que el sexo sirve solo para divertirse, que los niños vienen de las mujeres y los hombres no tienen nada que ver con su gestación, pero que es su deber social mantenerlos y cuidarlos a todos por igual. Esa es una fantástica forma de vida, porque imagina que las mujeres trobiandesas la pasan guay saltando de cama en cama como sí tal cosa. Pero aunque ese sistema mola, no creo que tú ,con tu tailleur de seda color nata ,quieras irte hasta Nueva Guinea a ligar un trobiandés...
¿O me equivoco?

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