" ¿ Por qué cuernos me engañaste?" , de Ana von Rebeur , Editorial Norma , 2010

miércoles, 25 de agosto de 2010

Entrevista a Ana von Rebeur en Guia Palomar


Ana von Rebeur


“Las mujeres somos Sobrevivientes natas”

Por Hernando Arbelo
h_arbelo@guiapalomar.com

No es fácil ponerle un rótulo a Ana von Rebeur (más allá del ex jardinense nostálgica).
Su sitio web la presenta como periodista, ilustradora y dibujante humorística. Definición medio escueta si se tiene en cuenta que, para leer su trayectoria, hay que pasarse un buen rato pegado a la pantalla. Sólo a modo de resumen: 21 libros publicados de varios temas (desde sexo hasta defensa al consumidor),
diez premios internacionales, colaboraciones en más de 40 medios de Argentina y el exterior (Clarín, La Nación, por citar sólo algunos), una cátedra universitaria en Estados Unidos, y menciones en países tan dispares como Inglaterra, Serbia y la India.

Ella cuenta que en su niñez, vivida entre el departamento de Plate, las recovas de la vereda y la plaza, quería ser “aventurera”. Se encontró con la profesión de azafata y por 14 años se largó a recorrer, ver y sentir el mundo. Lo empezó a plasmar en el papel siempre le había gustado escribir- y entró, allá por el ´86 al ambiente del periodismo, el que vio que mejor le sentaba para su personalidad de “estudiosa permanente” (no por algo pasó por química, psicología, diseño gráfico y otras cuantas cosas más).
En esa cantera del ingenio que fue la hoy desaparecida Humor, Ana fue desarrollando un estilo, reflexivo y a la vez humorístico, que se consolidó con su primer libro, Los hombres vienen flojos (1995), un divertidísimo compendio de los nuevos códigos del amor, las parejas y el matrimonio.
Ese trabajó, éxito total de ventas, le fue abriendo las puertas de la producción televisiva y radial y, finalmente, de la ilustración y la historieta.
Diez años y 19 libros después, esta rubia alta, elegante y de mirada intensa acaba de publicar Los hombres andan flojos, como para reafirmar aquello de que los sexos y su manera de relacionarse ya no son lo que eran y hay que acostumbrarse (o resignarse) a otras cosas. A raíz de este nuevo trabajo, charló por más de dos horas con Guía Palomar en su chalet de Acassuso.

-¿Qué edad tenés?-No lo digo (ríe). Después de los treinta la mujer no puede decir más la edad.

-¿Por qué?
-Porque le empiezan a calcular cuánto tiempo le queda. Si está buena o no está buena. Si viene por el lado de…

-¿Si es carne fresca o marcada, hablando mal y pronto?-Totalmente. Seguimos siendo “el negro del mundo”, como dijo John Lennon . Y si decimos la edad estamos entre la etiqueta de “todavía tira para un rato” o la de “ya está para el geriátrico”. Hasta que no cambie el mundo no hay que decir la edad.

-O sea, eso le aconsejás a las mujeres-No, no pueden. Igual, no andan preguntándonos la edad los hombres. Sólo la revista Noticias que tiene esta cosa morbo de poner la edad a todo el mundo. Pero fijate que a ciertas divas no se la ponen. Para sacarle la edad a Andrea Frigerio, Graciela Alfano, Moria Casán o Mirtha Legrand tiene que hacer un trabajo de archivo.

-¿De qué se trata tu nuevo libro Los hombres andan flojos?
-Es un revival de Los hombres vienen flojos, que publiqué en 1995. Acá cuento “secretos a gritos”, que no debiera decir y que me dan mucha vergüenza. Intimidades muy grosas que me pasaron a mí, pero que le pueden pasar a miles de mujeres, que es el tema famoso de lo que se sufre por amor. Todas lo buscamos pero es la situación de la vida donde peor la pasás. Sentís un momento de complitud total pero, al mismo tiempo, mucha vulnerabilidad. Ponés tu alma en manos de otro que, por ahí, te la corta en pedacitos. Entonces no es raro que ambos sexos se tengan miedo.

-Pareciera que hay más miedo ahora que hace 20 o 30 años.-Es que están más accesibles las relaciones. Se besa antes, se hace el amor antes. En el libro no lo digo para que lo concluya el lector, pero hombres y mujeres somos todos vul-nerables. Nos hacemos daño por el miedo a que nos hieran del otro lado.

-En tu primer libro los hombres venían flojos; ahora directamente andan. ¿Qué pasó en el medio?-En ese entonces yo hablaba de nuevos hombres que no venían cómo antes. Ahora, diez años después, ya está declaradísimo. Este libro es como un consuelo. A la mujer que lo lee le hace pensar: “No soy la única pelotuda (sic) a la que le pasan estas cosas”. Tengo amigas que se ven reflejadas con el caso de la “sorda voluntaria”, que es la mujer que sale con un tipo que le plantea que no quiere nada serio pero ella no lo quiere escuchar. Entonces se pasa años con ese fulano, hasta que un día le da una patada y se casa con la primera que encuentra. Ése y otros casos los vi tantas veces que me di cuenta que es un síntoma de la sociedad. Pero lo peor es que no es un tema exclusivamente porteño. Pasa en España, porque ahí el libro se vendió una barbaridad. Es lo que se dice pinta tu aldea y pintas el mundo.

-Se dice que a las mujeres, en el amor, les gusta que las lastimen.
-En este libro y en Cómo vivir con neuróticos cuento eso, que es una sintomatología tan patente. La sociedad le tiene bronca a las mujeres desde tiempos inmemorables. En-tonces se han dedicado muchas generaciones a someter prolijamente a la mujer que tengan cerca, porque además se percibe que tienen mucha capacidad. Y lo ves en las cosas más sencillas, como poder hablar con alguien, atender el teléfono, revolver la olla y evitar que el nene meta los dedos en el enchufe. Eso un tipo no lo hace. Y hay otra cosa: las mujeres, hagan lo que hagan, siempre se sienten muy culpables. Siempre piensan que podrían haber hecho más.

-¿Cómo es eso?
-Si vas por el mundo con el discurso de que las mujeres tienen la culpa de todo, ganás. Ellas se quejan de que los hombres son machistas, pero al mismo tiempo reconocen que los crían así.

-¿No sirve adularlas?-No, porque no se lo creen. Ellas piensan: “Yo no puedo estar con un tarado que no se dé cuenta que soy un desastre, una inepta”. Los que sí se lo dicen son inteligentes y por eso los buscan. Además, eso de estar con alguien que las maltrata les sube la adrenalina, porque no saben cómo va a reaccionar, con qué las va a criticar. Y se acostumbran a que esa adrenalina sea sinónimo de “¡ay!, qué romance que estoy viviendo”. Y en todo eso se terminan confundiendo las palpitaciones de amor con las de terror. No están enamoradas, están cagadas (sic) de miedo. Por eso también están tan publicitadas las campañas contra la violencia doméstica.

-¿No estaría mejor buscar el romance al estilo Hollywood?-Generalmente la gente, como le pide mucha adrenalina al mundo actual, cuando llega a eso que vos decís se plantea: “Ya no lo amo, esto tiene que terminar”. Cuando a mi me parece que lo que deberían hacer es darse la chance que tuvieron nuestros abuelos de cambiar esa situación de adrenalina por otra cosa. Un estado de no estar apasionado pero sí una relación de confianza, compañerismo, ternura, gratitud. La gente que quiere vivir siempre enamorada está equivocada. Va a los tumbos por la vida, se divorcia 400 veces y te dice a los 60: “El matrimonio no es para mí, mejor estar solo. Los amores no se me dan”.

-Vos decís que los hombres andan flojos. ¿Qué pasa con las mujeres?-La mujer tendría que discernir los momentos en los que se pueden cambiar cosas y en los que tiene que pararse y aceptar lo que ya no se puede hacer nada. Tenemos unas reglas de juego espantosas, en la vida nos tocaron las peores cartas. El desafío está en ver, con esas cartas malas, qué puede hacer. Por suerte las mujeres son sobrevivientes natas. Tienen en los genes eso de pilotearla con dos mangos, caminar cincuenta cuadras para encontrar los tomates de oferta.

-¿Estás trabajando en algún libro?

-Estoy escribiendo algo para España, que si anda bien después lo publicarán acá, sobre la infidelidad, que es otro de los grandes fantasmas que la mujer ve en los hombres. Ese típico pensamiento de si “le meten los cuernos”. El mayor miedo de la mujer es ser fácilmente reemplazable por otra. Que todo lo que invirtió en una relación desaparezca de un día para el otro.

-Pensamiento que comparten con los hombres.-Pero no la mujer no la tiene tan fácil. Esta más vigilada por papá, mamá, el jefe. Está más entretenida con los embarazos y los hijos, las compras y la escuela. No tienen mucho tiempo libre. Salvo que tengan mucama, pero un porcentaje mínimo de la población la tiene. Un hombre, en cambio, se va a trabajar y no sabés a dónde fue realmente.

-A modo de cierre, ¿qué recuerdos tenés de Ciudad Jardín?-Mi familia era de San Isidro. Vinimos porque había unos créditos muy blandos del Banco Provincia. Viví hasta el '82, cuando nos fuimos a Martínez para estar más cerca de mis abuelos. Pero toda mi historia está en Ciudad Jardín. Cada vez que vuelvo siento nostalgia y me encuentro que algo ya no está, como Takú o el cine Helios. Encima, todos mis amigos se quedaron y eso me hace sentir una oveja negra por haberme ido

.-¿Y porqué no volver y dejar de serlo?
-Siempre busco un barrio que sea “muy Ciudad Jardín”, que se pueda caminar por la calle y que los autos se tengan que correr para no pisarte. Que tenga verde y los techitos de tejas, con pocos edificios. No descarto volver.

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